California, pueblo Yurok

YurokLos Yurok son una tribu aborigen de América del Norte, el nombre de la cual procede de yuruk “rio abajo”, pero se refiere a si misma como los Olekwo’, “persona”. Actualmente hablan la lengua Yurok unas 5.800 personas.

 
Viven a lo largo del rio Klamath y antiguamente también en la costa del Pacífico. Sus poblados eran pequeñas agrupaciones de casas independientes que pertenecían a núcleos familiares. Fue interesante saber que disponían de casas especificas para las mujeres menstruantes. En la cabeza llevaban una banda cubierta con plumas de gallo, coronada con las entrañas de ciervo. La base de su economía era la pesca de salmón y la recolección de frutos y semillas. Su riqueza quedaba plasmada en sus cinturones de conchas, tallas obsidianas, cabelleras de plumas de pájaro carpintero, y pieles de ciervo albino. La religión valoraba el esfuerzo individual en la obtención de gracias sobrenaturales, especialmente mediante los rituales purificadores y ritos en beneficio del bienestar público. El poder espiritual de sanar enfermedades formaba parte del reino femenino, otorgando a las mujeres prestigio y riqueza.

La tribu estaba considerada como la más desarrollada del norte de California; los restos arqueológicos hallados dan constancia de su presencia des de el año 1300. Se mantuvieron aislados de los blancos hasta bien entrado el siglo XIX, a pesar de que formaban parte del imperio Español, y desde 1821 de la República de Méjico, nunca se les molestó. En el año 1848, pasaron a formar parte del estado de California, pero no mantuvieron ningún contacto con los blancos hasta el año 1870, puesto que en su estado no había oro. Este aislamiento no impidió que en el año 1850 sufrieran una epidemia de viruela. Cinco años más tarde se les asignó una reserva y en el año 1988 fue aprobado el Hoopa-Yurok Settlement Act que dividía sus tierras.

Hacia tiempo que un murmullo decía que en California un pueblo indio intentaba recuperar su ancestral cultura y algunas mujeres volvían al tatuaje facial bajo el mentón, propio de sus antepasados. La tentación era seductora y tomé el avión rumbo los EUA.

Cuando llegué a la pequeña ciudad de Eureka, muy próxima a la reserva Yurok, paramos en una gasolinera. Estaba absorta en mis pensamientos cuando una joven pasó al lado del coche, ni me miró, pero de repente mi corazón se aceleró: llevaba el mentón tatuado. A toda prisa salí del vehículo para explicar lo sucedido a mi hijo Gerard, que estaba repostando( él era mi traductor). Fue en vano, no me salía la voz. Bajo la atenta mirada de Gerard, corrí hacia la mujer. Posiblemente nunca he sido tan impulsiva, siempre me dirijo con exquisitez sin invadir la intimidad de la gente, pero aquella vez no fue así, la abracé haciéndole entender la razón de mi alegría. Lo entendió rápidamente: era su tatuaje lo que me fascinaba. Nos explico dulcemente como se llamaba y que tenia 30 años.

Hacía dos años que junto a otras doce mujeres había tomado esta valiente decisión, la de reencontrar, mediante el tatuaje, su identidad perdida. Fue posible gracias a un tatuador de la polinesia invitado especialmente al acontecimiento. Querían un trabajo hecho a mano, entre el silencio, solo acariciadas en aquellos momentos singulares por el sonido de los irrepetibles canticos y la energía de sus abuelos. Hacia años que en su familia se había perdido la tradición de tatuarse, tan siquiera los llevaba su abuela. En el pueblo solo quedaban dos mujeres de avanzada edad como transmisoras de la cultura del tatuaje. Nos explicaba emocionada que día tras día, cuando se ve reflejada en el espejo, y observa las rayas tatuadas , se siente sumamente feliz. Le hablan de su pueblo, sintiéndose apoyada y con fuerza para amarlo y ayudarlo un poco más cada día. También llevaba tatuados dos brazaletes, uno en cada brazo, con motivos tradicionales Yurok.

Antiguamente, eran las mujeres chamanes las encargadas de hacer y transmitir los tatuajes; Se organizaba una ceremonia en un lugar especialmente preparado para este acontecimiento, lugar en el que las niñas permanecían recluidas entre seis y diez días. En ese tiempo llevaban a cabo una especie de ayuno-limpieza y se preparaban para el dolor y su nueva vida de compromiso con el pueblo y con la nueva familia que muy pronto constituirían. Como en la mayoría de culturas, la edad oscilaba entre los 12 y 14 años, momento en que la niña se hacía mujer. Las clases altas gozaban de una mayor responsabilidad, eran las más tatuadas y además podían permitirse una fiesta a la que eran invitadas las otras niñas, las cuales también se tatuaban. La herramienta utilizada era la obsidiana, una piedra negra brillante, tallada y afilada muy fina, que en ocasiones también era utilizada como arma. La obsidiana no se hallaba en su territorio pero la obtenían mediante intercambio con otras tribus; por el contrario, si que disponían de la tinta, la elaboraban con el hollín de las cortezas de los arboles y de las raíces, la mezclaban con médula de ciervo obteniendo así una textura más fluida y a su vez más adecuada para penetrar en la piel.

Yurok

Los hombres no se tatuaban la cara, en cambio, si que llevaban algunos tatuajes en el cuerpo, de un carácter más iniciático y desordenado. A pesar de ello, y a mi parecer, había un extraño y valioso tatuaje: eran unas pequeñas líneas o puntos dibujados en el brazo, entre el codo y el hombro, a modo de herramienta de medición. Su moneda era un crustáceo de mar blanco, con forma de tubo, de unos cinco centímetros. Los más valiosos eran los más largos y se llevaban a modo de collar, de modo que cuantos más tenia una familia mayor era su posición social. Cuando los utilizaban como moneda de pago, los hilvanaban sosteniendo el hilo entre los dedos de su mano y tiraban de él hasta las marcas tatuadas. De este modo sabían cual era el precio de los crustáceos comprados o vendidos en sus intercambios…bastante interesante!.
Pero una mujer me cautivó, Bertha, de 62 años, encargada de preparar y ahumar los salmones y de repartirlos entre todos los necesitados de la aldea, entre ellos había en gran parte hombres de avanzada edad enfermos y afectados por el alcohol. Superar la vida “salvaje” de sus antepasados ha sido difícil. Ahora residen a lado de las presas, lugares donde es imposible que los salmones remonten su camino de siglos. Todo se ha transformado y no todos pueden hacer frente a la nueva situación. Bertha, también dirige un centro junto al rio, la casa del pueblo, nos dice. Su tatuaje, es el más grande de todos los que he visto; está muy orgullosa de sus gruesas y potentes líneas. La anchura de las rayas señala el respeto y la importancia de la que goza en la tribu. Cuando se es joven, las primeras líneas son finas y con el paso del tiempo y conforme se gana consideración en la tribu, el tatuaje se extiende y adquiere potencia como el que lleva Bertha.

También las tribus Karuk, Hupa, Tlowa, Shasta, Chulula, Yuju (posiblemente olvide alguna) se encuentran en este mismo proceso de recuperación: Todas llevan tatuajes en el mentón de líneas delgadas o gruesas y en algunas ocasiones acompañadas de puntos. Unos dibujos que prácticamente se inician en la boca pasando sobre los labios. Me recuerdan mucho los que llevan las mujeres maorís en Nueva Zelanda.

Durante mi estancia, otro grupo de mujeres se disponía a tatuarse el mentón. Ojalá sus sueños se hagan realidad… ¡un abrazo muy fuerte a todas ellas, mujeres tan comprometidas con su pueblo!.

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